lunes, 19 de abril de 2010

Mario Pera y sus preparaciones anatómicas

El crítico Ricardo González Vigil lo nombró, en el último recuento anual de literatura en el diario El Comercio, como el “Poeta revelación”, por su libro Preparaciones anatómicas (Lustra, 2009), y en una nota acerca del mismo libro el poeta Renato Sandoval ha catalogado su poesía como “la voz reivindicadora” de esta década recién terminada.
A través de este blog me he comunicado con Mario Pera quien amablemente nos ha enviado algunos poemas del mencionado libro, así como una interesante entrevista que estaré colgando en los siguientes días.






Teosofía

A Dios
he de observarlo escrito,
pues erguido como está mi cuello,
aún soy diminuto.


(Praga)




Mujeres y animales se observan

I
Pietka, la madre, ingresa al dormitorio.
Su hija lleva días observando,
a través de la ventana,
al viejo gallinazo.
De los brazos de la niña se escurre
una desgastada materia, y se forma
un río ahogado en una entrecortada respiración.
La hija se desvanece,
y flotando lentamente, sin obstáculo,
aterriza envuelta en su último aliento.


II
Pietka rompe en gritos,
sus anillos caen y crepitan
y el viejo gallinazo huye espantado.

El animal incólume, vuelve a posarse frente
a la ventana.
La madre, con la lengua hecha flamas,
acude dubitativa a ver al ave.
Dos plumas rojas
son el centro de su pecho.


III
La hija despierta agobiada por una llovizna
que incesante ingresa a la estancia por la ventana;
muy tarde,
aprecian que el nuevo día no trae sol;
el dormitorio, a los ojos del animal,
se presenta como una inmensa jaula de fuego.


IV
Madre e hija llevan días observando,
a través de la ventana,
al viejo gallinazo.






Haritsuke

Aun aquel
que sólo finge morir
palpa la muerte.
Gösta Ågren


Aquella corona hirsuta
muerde mi cabeza
hace dos mil años,
incitando al suicidio
a mis ideas.

He buscado,
entre los azotes romanos y
las espinas de mi corona
y no hallo,
en dos mil años,
madero o siquiera astilla
que no se sienta culpable
por
mi crucifixión.






Roma (S·P·Q·R·)

Camille,
¿estás segura que tras deshojar cinco tréboles,
il Colosseo revivirá su antigua esencia letal?
He advertido,
que soñaremos con extender nuestros brazos
entre la inmensa multitud que exige:
¡panem et circenses!,
y que luego rozaremos
las copas de los árboles cercanos
hasta rasgar nuestras manos asidas
por todas las almas que en la arena perecieron.
Considero,
aunque quizás resulte que únicamente te expongo aquí
un cruel anhelo mío,
que los antiguos arcos del Ponte Sant’Angelo conservan
la forma perfecta de las caderas de una mujer.
Hace dos noches
mientras tus parpados se cerraban
y ponían fin a tu existencia diaria,
escuché el quejido tosco de los cascos de un caballo,
no era un equino cualquiera observé era
misteriosamente
la encarnación y mejor gloria de la cuadriga,
un habitante desconsolado del vecchio Palatino
que ante mí acudió
a suplicar borrase de sus herraduras
cualquier rastro de sangre de antiguas batallas.
J’adore ma belle Camille,
despertar besado por el pico de una paloma hambrienta,
transitar por la Piazza del Popolo
con ambos brazos liados y
los dientes contritos
rezando:
¡sacro popolo romano!,
¡voglio esser il tuo piú caro figlio!;

pues ésta es,
la ciudad parida de la traición de Amulio;
la ciudad que vive de lamer
la sangre envenenada del gran Eneas.
Henos aquí entonces mon adorée,
sin un cuarto de denario en el bolsillo
sin historia, norte, cultura o nación
que nos reclame hijos suyos,
no siendo sino bastardos en desamparo
que exigen –o imploran–
ser reconocidos como miembros de la romana estirpe.
A capite ad calcem
alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas
beatus ille quem vivere in locus amoenus et carpe diem.
Docta ignorantia
reductio ad absurdum
maior sum quam qui mancipium sim corporis mei.
¡Romanus!,
Deus vult
alea iacta est…
morituri te salutant.
Gigni de nihilo nihil
in nihilum nil posse reverti
.
He podido observar,
que de cada ciento cuarenta y dos visitantes,
uno mordisquea levemente el Obelisco Flamineo.
He ahí pues,
el génesis de su inexorable destrucción.
Caminamos ma belle Camille, caminamos
mientras vemos pasar el invierno
entre las grietas de nuestros pechos
con un poco de pasto seco, vino y fango en las botas,
convalecientes de una extraña enfermedad
que ataca únicamente
a los peregrinos romanofílicos como nosotros.
¿Recuerdas que días atrás viajábamos hacia esta ciudad
enredados entre los bosques y la luna?
Mis manos eran plumas que escribían el otoño de tu
cuerpo,
y tus labios
dos preciosas rayas de cebra pintadas en tu rostro.
Y fue aquel pordiosero tuerto
quien labró muy quieto,
en el lodazal de nuestra mente,
una frase abandonada al simbolismo:
tutti siamo morti,
pronti per cambiare il corpo
ed esser battezati dal fuoco.
L’ientrata all’inferno non è nella porta seguente,
ma è scolpito negli occhi del gufo
.
La nuestra, Camille,
es una historia tempestuosa de amistades predilectas;
de un amor no consumado y mantenido
como una conserva
en una lata de atún podrido.
Pese a todo,
nuestras suelas han devorado juntas, muy unidas,
cada pedazo de la Via del Babuino
y llegaremos,
solo hasta donde tú lances los dados.
Pero no me mientas Camille,
fuiste tú quien dejó de vigilar la Kerkoporta
allá en Constantinopoli,
¿y así planeas ser la guardiana de los sueños de la
cristiandad?,
¿la dueña perpetua de las llaves de la
Basilica di San
Pietro
?
Cuán lejano se vislumbra tu deseo si es así,
pues aunque tu sollozo ablande nuestra sentencia
tus lágrimas no hacen sino
ensanchar el cauce ya casi marchito del Tíber;
entonces,
déjalas huir por la ventana
ya que son lluvia que riega un terreno estéril.
Mas tampoco rías con menos esperanza,
ya que tarde
mas allá del minuto sesenta,
recogeremos las cruces en las que has sido clavada
y las rocas con las que comenzaron a lapidarte
y las convertiremos todas
en muebles de cocina.
El Viejo Mundo no te condena,
es solo que cada tanto
tu nombre confunde la confianza
con la que los nuevos etruscos te admiran
y pierdes los papeles,
tornándote en una niña que gruñe amargamente
cuando no tiene entre sus manos
su preciado juguete.
No temas, mon amour,
que esto discurrirá lento
como aprender a declamar el mejor poema,
y es que en el fondo lo sabemos bien,
todos quieren ser como tú o como yo
brioso Carro de Helios
que se lleva consigo la claridad,
y devuelve el ocaso al horizonte.
¿Dejaremos entonces que Roma viva siquiera un segundo
sin nosotros?
Belle Camille,
¿permitiremos que la historia nos juzgue como unos
malos hijos,
fracaso de una educación inapropiada de estilo
luxemburgués?
Lo sabemos bien
puesto que es lección ya aprendida:
ambos somos el cometa que arremete contra la galaxia
y causa el pánico silente en los humanos.
Escucha, mon aimée,
llegan a nosotros aires de antaño,
es el murmullo de los magnos gladiadores
que rezan al filo de sus espadas
mientras sus escudos palpitan,
señal clara de que nos esperan
para iniciar la eterna Munera.
En el Coliseo,
aún se vislumbra como las galeras ondulan sus maderos;
renace así la naumaquia,
se desatan los nudos del infierno y
despiertan finalmente,
los demonios de Nerón.
Camille, ¿mi corazón bastará para ser templo de tu
amor?
Ne me mentez pas, s'il te plaît.
¿Roma y los romanos serán los inequívocos elementos
cuya grácil conjugación
traerá como resultado
que el territorio baldío que es tu pecho
se deje irrigar copiosamente por la lluvia que,
en acompasado desfile,
resbala de mis angustiados iris?
Estoy seguro,
Roma hallará en sí la fortaleza
para ser la manzana que me traigas a morder
y consolidar, así,
la máxima traición.
El triunfo de la mala vida
ha dado como divino corolario,
que todos los caminos
conduzcan a Roma.
Roma quadrata
ma péniblement belle Camille,
nostra Cittá Eterna.


(Roma
)

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