jueves, 5 de agosto de 2010

Entrevista a Diego Lazarte: "La poesía peruana, se mantiene rica y caudalosa, al igual que el gran río Amazonas"

Diego lazarte (Lima, 1984) fue ganador de los Juegos Florales 2003 "Jorge Basadre Grohman" de la Universidad San Marcos con su poemario La clavícula de Salomón cuando solo contaba con 19 años; este mismo poemario quedó finalista en el concurso "José María Eguren" en la ciudad de New York, en el 2004.
En las aulas universitarias fue miembro importante de uno de los grupos que animaron los primeros años de la generación del 2000, El Club de la serpiente.
Ha publicado los libros Anticuario (con postales de los años 20`s), Manchas solares (Paracaidas editores, 2007) y Diario de navegación (Lustra, 2008).
Actualmente residen en México.


1) Estimado Diego ¿qué significó ganar los Juegos Florales de UNMSM tan joven, tan solo 19 años, con el buen libro La Clavícula de Salomón?
Fue un gran honor y un gran impulso para mi oficio de poeta obtener esta distinción. El mismo galardón lo recibieron maestros de la talla de Marco Martos y Washington Delgado. Sé que un premio no hace al poeta, ni que mientras más premios o libros puedas tener mejor poetas eres. Un poeta debe preocuparse más en forjar una obra poética sólida que en ser un cazador de premios. Aunque el dinero a uno nunca le viene mal. A veces hay que desconfiar de los que publican en exceso. Al igual que con la tierra, que se agota con las continuas cosechas, debemos saber cuando dejar reposar a la poesía y salir a caminar por el mundo hasta agotarnos y encontrar otra vez el camino.
A mis 19 años, era un chibolo desbocado y soberbio, quería comerme al mundo y como no pude, me volví modesto. Hablo desde la voz de la experiencia. Publiqué muy joven, y la verdad es que no había ningún apuro, pero la emoción y el contexto del premio me apresuraron. Digamos que me “la creí”, y me dejé ganar por elogios insulsos, felizmente me di cuenta a tiempo. Y felizmente me di cuenta, tal vez si hubiese tenido dinero habría publicado cualquier mamotreto al año siguiente. En estos tiempos de boom editorial, donde cualquiera puede publicar lo que sea, sólo hace falta algo de dinero y algún editor que nos engatuse un poco. Antes creo que era un poco más difícil publicar, al menos había que pensarlo bien pues el dinero saldría seguramente de nosotros, o de bolsillos de familiares. Siempre la calle ha estado dura para los poetas, tanto para los jóvenes como para los que ya han consolidado una obra.
Los cuatro años siguientes, fueron de silencio poético hasta Manchas Solares (Paracaídas Editores, 2007), esos años los invertí en leer y vivir, sobretodo en vivir, viajando por el interior del Perú.

2) ¿qué recuerdos tienes de los primeros recitales y reuniones de la generación del 2000? ¿Qué idea tienes de esta generación luego de terminada la década? ¿Participaste en algún grupo poético?
Rebobinemos como en las viejas cintas de vhs. Acababa de ingresar a universidad, ya tenía algunos poemas, que seguramente si volvieran a mis manos me provocarían una tierna vergüenza. Por esos tiempos asistía al taller de poesía de San Marcos, que codirigían admirablemente Marco Martos e Hildebrando Pérez. En uno de esos primeros paseos por el patio de letras leí un flyer que anunciaba un homenaje al poeta Cesar Moro y era firmado por El Club de la Serpiente. Demás sería decir que el nombre del grupo fue designado en homenaje de sus miembros al autor de Rayuela. Llegaba tarde al recital, eran días en los que aún asistía a clases de la facultad. Una figura efusiva y minúscula, me invitaba con sus manos a ingresar, no pude enterarme de momento si se trataba de un chico o una chica. Usaba pantalones jeans y el cabello muy corto. Tenía la cara muy lavada, parecía un colegial envejecido y renuente de ir al colegio. Creo que esa noche participó en la mesa de honor, André Coyné, amigo íntimo de Moro. Al finalizar el recital comenté mi interés de participar en alguna de las reuniones del club y de leer alguno de mis poemas. Poco a poco fui los conociendo. El colegial con tabas de cachaco se respondía al nombre de Charo Rivas y había sido hace mucho, cuando aún usaba vestidos, novia de uno de los fundadores del comité del club: de Raúl Solís. El club estaba conformado en su mayoría por bibliotecólogos. Raúl era un poeta gongorino, usaba unos lentes de alto calibre y un peinado raya al medio. Luego fue apodado amistosamente por alguien del club como la Rana Solís. La Rana Punk escuchaba a los sexs pistols y tenía un gran poema dedicado a seed vicius. No bebía licor, siempre hablaba de su pasado glam y de sus amoríos con una tal Celeste. Otro de los integrantes, Frank Turlis, era el budista y vegetariano de la mancha, no se molestaba con absolutamente nada, eso creíamos, andaba sonriente y con una barba de días. Manuel Vargas, quien acostumbraba vestir de camisa y corbata, escribía poemas homo-eróticos. Era la lengua viperina del club. Rubén Landeo, natural de Concepción, amigo cinéfilo y misógino, tenía una sonrisa de fauno y un gran aprecio por Heminway. Escribía relatos por ese entonces. David Jiménez, quien tenía un párpado medio caído y una risita malévola, estudiaba filosofía y escribía bellos poemas de amor. Ellos ya eran El Club de la Serpiente desde los inicios del 2000, hablo de la época que yo los conocí, cuando nos encontrábamos en el patio de letras y nos dirigíamos por un café y papas fritas a un restaurante llamado los de arriba, que curiosamente se encontraba en la planta baja de la facultad de Química. Allí nos quedábamos conversando hasta que nos cerraban el local, ingenuos y laboriosos, planeando recitales y homenajes, hablando de música, poesía y sobre todo de mujeres, armando la plaqueta del grupo llamada Vox Horrisona, que iba en el número cuarto cuando yo llegué (tenía ilustraciones de Patricia Colchado). Luego integrarían el Club Gino Roldán de Literatura y el ayacuchano Wilver Moreno de bibliotecología. Adicionalmente y en la comparsa teníamos la siempre peligrosa presencia de Truco y la voz excesiva y burlesca de Cachete.
Recuerdo que como grupo teníamos el proyecto de una revista. Fuimos en una ocasión a entrevistar a Enrique Verastegui, quien nos abrió las puertas de su casa en Mayorazgo, y nos quería colaborar con un artículo para ella. Puedo recordar esto con una sonrisa, pues hasta no hace mucho nos llamaba por teléfono, a altas horas de la madrugada, para cobrarnos por el dichoso artículo que nunca le publicamos.
Como Club de la Serpiente, recuerdo haber leído en el interminable recital de la Universidad de Lima, donde se congregó a casi todos sino a todos los grupos de la mancha del 2000. Sociedad Elefante (Grupo de Romy Sordómez), Coito Ergo Sum (grupo de Miguel Ángel Malpartida), Artesanos (Grupo de Percy Ramírez y Michael Reyes), y El Club de la Serpiente por San Marcos; Cieno (con un Florentino Díaz quien salía de una caja) por La Católica; Colmena (grupo Alessandra Tenorio y Víctor Ruiz) por la Villarreal y Tetramerón (grupo de Bruno Polack, que era un proyecto editorial) por la Universidad de Lima.
Lo que para los horazerianos significó El Palermo o el Negro-Negro en su momento, para nosotros significó la Noche de Lima, bar entrañable para la generación. Quedaba entre Camaná y Quilca, y nos congregaba en esas noches de invierno y garúa. Yo siempre recaía por ahí, pues por esos días disfrutaba del Borges de la Historia Universal de la Infamia en el sótano de la biblioteca nacional, allá Av. Abancay. En La noche, lugar frecuentado por poetas y narradores en un primer momento villarrealinos, empezaron a notarse las individualidades. Y así como la eclosión de los grupos empezó, se marchitó sin previo aviso, dejando sus mejores frutos. Fue en La Noche de Lima, donde se presentaron muchos primeros poemarios de la generación, incluido el mío. También ocurrieron allí los primeros diálogos intergeneracionales. Muchos poetas jóvenes tuvimos la dicha de conversar con poetas de la talla de Delgado, Romualdo, Martos, Hinostroza y Cisneros, por dar algunos nombres. Pero como todo tiene su final, La noche cerró inevitablemente un verano del 2004, una noche coincidía con mi cumpleaños, con un recital llamado La última noche, Noche, donde leímos varios compañeros que transitamos todos esos años por el centro de Lima. Y sin más ni más nos quedamos sin espacio para la poesía. Pero como siempre el centro, ha sido y será un imán para los poetas y artistas limeños, el 2005 nos reuniríamos en un entusiasta sello editorial llamado Campo de Gules: Reinhard Huamán, Alessandra Tenorio, Gonzalo Málaga, Miguel Ángel Malpartida y David Collazos, en charlas nostálgicas acompasadas por la rockola de Don Lucho. El resultado fue la edición del primer libro de Alessandra Tenorio en poesía y el primer libro de Gonzalo Málaga en narrativa.
Cerrado éste capítulo, cada uno se embarcó en su propio proyecto, hasta que en 2006 se abrieron nuevos espacios en el centro, en lo que fue los viernes poéticos de Yacana Bar, espacio que siguió vigente hasta hace unos meses, y que marca el final de una época, junto a la muerte de Eielson, dejando un vacío entre los poetas de la generación.
Y ocurrieron tantas cosas esos años, que se me hacen innumerables: la videoconferencia de Eielson en Fundación Telefónica del 2003, los primeros festivales nacionales e internacionales que abrieron el diálogo entre la joven poesía latinoamericana. El primero sucedió en el cuzco, organizado por la revista ángeles & demonios, y se llamo Nuevas letras del Perú. Congregó a varias promociones. Otro festival inolvidable fue El Patio azul que organizaba Antares, artes y letras, en Cajamarca, centro cultural también extinto. Luego vendrían los Novísima Verba organizado por estruendomudo y encabezado por un joven Álvaro Lasso, quien aún tenía un corazón de poeta. Más tarde tendríamos El Festival Latinoamericano País Imaginario, curado por la editorial Zignos. Tantos recuerdos, tantos recitales, aventuras y sobretodo grandes amigos.
A finales del 2009, y con motivo de un recital de fin década, organizado por Lustra Editores en La Casa de La Literatura Peruana, nos volvimos a reunir. Más parecía una reunión de ex alumnos. Recuerdo haber colgado en internet una foto que nos hicieron para Diario Ojo en el Teatro del Británico. En esos días teníamos menos kilos y más cabello. Esa noche recordamos deslumbrantes años, cuando creíamos celosamente en los poderes de la poesía y los imanes. Nosotros que como generación crecimos en épocas de crisis, épocas de dictadura, pasamos una guerra con el Ecuador que casi nadie recuerda, tiempos en vela y asolados por los coches bomba, tiempos de colas interminables, de miedo, de toque de queda. Una época de oscurantismo iluminada por la poesía y por nuestros jóvenes corazones.

3) Como muchos poetas o narradores estudiaste Derecho ¿qué crees que lleva a los literatos a estudiar derecho?
Esas son puras coincidencias. Cuando uno sale del colegio no sabe realmente lo que quiere. La familia siempre espera que tomes el oficio o la carrera del padre. Imagínate que le salgas con que quiero ser poeta. Imagínate la cara de sorpresa de la familia. Yo le daría con la correa. Pensarían entonces que quieres ser un vago. De qué vas a vivir, hijito. Hay que ser comprensivo con los padres, de la poesía no se puede vivir y si lo logras tienes que ser muy bueno o muy vivo.
Además yo postulé primero a medicina. Primero a San Marcos y luego a la Villarreal. Pero no la agarré. Las cosas pasan por algo. Así que para sacarle la vuelta a la familia, tuve que ingeniármelas, mentir y postular a otra carrera. En este caso a Derecho. Ya en la universidad sería más libre y podría perderme en las bibliotecas para investigar y escribir cuanto quisiera. Con esto no desmerezco a los que estudian Derecho. Martín Adán estudió Derecho en San Marcos, y contra todo pronóstico se graduó. Mientras unos preferían las clases de Derecho civil, yo prefería asistir a los cineclubes o a los recitales. La verdad es que no me arrepiento. Además siempre he creído que no es un requisito indispensable estudiar literatura para ser escritor. Pero la formación académica es importante. Un poeta no puede ser un ocioso, debe leer de todo. Para ser poeta sólo hacen falta tres requisitos, como diría el poeta Ronald Portocarrero: leer, escribir y vivir, y todo esto intensamente. Lo demás son puras tonterías. Preguntémosle a Pound, que era banquero, según recuerda Heminway en Paris era una Fiesta, o a Carlos Oliva, poeta del Grupo Neón, quien estudiaba matemática pura en San Marcos antes de su trágica muerte.

4) ¿qué recuerdos de “poeta universitario” tienes de esa época? ¿Cuáles eran tus lecturas recurrentes?
Aún sigo siendo un poeta universitario, pues recientemente he vuelto a las aulas sanmarquinas, con la intención de finiquitar mis estudios de Derecho. Me interesa especializarme en Derechos de autor y la propiedad intelectual y Derechos Culturales. Me interesan estos temas pues uno debe ser responsable y consecuente con su oficio. De alguna manera debemos preocuparnos por el ocaso del artista, y no desprotegerlo como suele suceder en este país. Recordemos que el viejo Martín Adán estuvo hacinado en el asilo de Canevaro y murió así en el olvido. Ni que decir de los poetas de la generación del 50, quienes han recibido honores y medallas póstumamente. De qué puede servirles tanta ceremonia en sus pompas fúnebres, si cuando vivos entregaron todo para no recibir nada más que desprecio.

Contaré dos anécdotas. La primera con El club: estábamos en una tromba nocturna en un parque aledaño a la universidad. Volvíamos a letras con dirección al pabellón de arte con el objetivo de sacar a Rubén Landeo de sus clases y exigirle que nos invite un trago. Justo había una exposición de caricaturas del cuy Acevedo. Truco cogió uno de los originales, que estaba apenas pegado a un marco, y haciendo un cucurucho se lo lanzó en la cara a Rubens, quien se le levantó irritadísimo y se le fue encima al primero que vio. En este caso fue a un risueño Wilver Moreno, quien fue empujado a empellones. Pero ahí no acaba la historia. Un mofletudo observador detuvo la bronca señalando a Truco como el autor del agravio. Rubén volvió a clase como si nada hubiera pasado, ante la sorpresa de la profesora y sus compañeros. Seguro habrá hecho caso omiso al escándalo que sucedía afuera. Truco respondía con un golpe en la cara del entrometido, que le hizo volar los lentes por los aires, para luego ser estampado en una pared del repertorio bibliográfico. Pues aunque temerario, Truco era un tipo menudo y de pocas carnes. La noche seguramente no habrá terminado allí. Días más tarde, otra caricatura de un cuy muy molesto pegada en un mural, mentándonos la madre, exigía la aparición del original.
La segunda que me gustaría contar es la del viaje al festival nuevas letras del Perú en la ciudad del Cuzco. Además de ser el primer festival al que fui invitado, y recordarlo por ello con mucha nostalgia, recuerdo una maravillosa lectura en las alturas de Machupicchu y que algunos narradores subidos de peso, no pudieron llegar a la cima del Huaynapicchu. Quedándose al pie de la montaña o siendo arriados por otros poetas más ágiles. Al llegar a la cima, después de esos 45 minutos de subida escarpada y de terreno lodoso, en la piedra más alejada y plana, me tumbe a descansar y a esperar a los demás para hacer un pequeño pago a la tierra, consistente en hojas de coca y cigarrillos. Luego por ahí corrió un porro, mientras cada uno desplegaba un poema bajo ese cielo infinitamente azul.

Sobre mis lecturas de esos tiempos: eran días en que podía tumbarme bajo la sombra un árbol y saborear a Saint- Jhon Perse, beber un vino en la playa y recordar el poema La noche de Rodolfo Hinostroza, pasear por la neblina de Barranco y tropezarme con un misterioso Eguren. Otra poeta, quien disfrutaba compartir conmigo la sombra de un árbol y un porro, decía que mis lecturas eran más bien ceremoniosas. Recuerdo que ella prefería a Luis Hernández sobre Hinostroza. Recuerdo de esas dulces peleas, el olor a jazmín que desprendían sus cabellos negros y su boca lúdica y triste, cada vez que leo al buen Luchito.

5) ¿cómo tomas la poesía en tu vida?
La poesía es la mujer de mi vida. Si tuviese que comparar mi relación con la poesía no la compararía con el matrimonio, pues esto me convertiría un poeta rutinario y desabrido. Imagino aquí una musa gordinflona y excesivamente arreglada. Mi relación con la poesía es más bien la relación del amante. Tiene que haber ese amor-odio, un alto voltaje, esa locura que te hace escribir el poema en momento y en el lugar más insospechado. Y la poesía puede dejarnos, suele hacerlo y pedirnos un tiempo. Y cuando esto sucede es el momento de salir de viaje, de leer y sobretodo vivir para encontrar nuevamente a la musa.

6) Pasado algunos años ¿cómo es tu lectura de tu primer libro La Clavícula de Salomón?
Quise comenzar mi obra con un bestiario. Había leído por ese tiempo El libro de los seres imaginarios de Jorge Luis Borges, El Bestiario de Apollinaire y algunos libros de demonología. Es así que me propuse a escribir el mío propio, un libro que mostrara los demonios que asolan al poeta. Un poemario tal vez hermético y oscuro en sus imagines, pero que al leerlo permitiera un rezo que pudiese contener la tempestad y hacer luz en la oscuridad con sus palabras.


7) Cuéntanos un poco del aroma marino que impregna Diario de Navegación, a mi parecer tú mejor libro…
Diario de Navegación es una bitácora de ensueño y pesadilla. Se nutre de mis miedos nocturnos. Pues al despertarme de súbito, trataba de atrapar algún retazo de aquel paisaje desvanecido con mi letra nerviosa, en alguna libreta dispuesta bajo mi almohada como un floripondio.
Se nutre además de la superstición. Declarada en las voces de navegantes, congelados por el miedo al atender las agujas e instrumentos enloquecidos, y creyentes de un vértigo que inmovilizaría a cualquiera. Y también, en la aparición de imágenes que exaltan los ritos del agua y el papel del sacerdote en las culturas preincas de costa peruana.
Conversa también con novelas de navegación como Historias del Mar Tifón de Stevenson o Los viajes de Mackroll, El Gaviero, de Álvaro Mutis y con el homónimo Diario de Navegación de Cristóbal Colón.
La música que acompaña al libro es la música del puerto y de sus tabernas, acompasadas por la salsa y el bolero de una vieja rockola.

8) ¿qué sentimientos u opiniones tienes acerca de la tradición poética peruana, quienes son tus poetas referentes de esta tradición?
La poesía peruana, se mantiene rica y caudalosa, al igual que el gran río Amazonas, debido a los afluentes que conforman su tradición. Entre mis afluentes favoritos estarían José María Eguren, Martín Adán, Emilio Adolfo Wesphallen, Jorge Eduardo Eielson, José Ruiz Rosas, César Calvo, Rodolfo Hinostroza, Jorge Pimentel y Enrique Verástegui.

9) ¿cómo ves tu generación, crees que está a la altura de la tradición poética peruana?
Veo saludable la aparición de poemarios y antologías que recogen lo que se ha venido llamando la generación del 2000. Definitivamente las poéticas disímiles de sus representantes hacen que se enriquezca la tradición. Pero aún no creo que sus propuestas se hayan llegado a consolidar totalmente. Sería arriesgado hablar de la existencia de un libro que marque esta década como sucedió con un Consejero del Lobo de Hinostroza o Los Extramuros del Mundo de Verástegui. Creo que el tiempo y la exigencia de los propios poetas en buscar una voz de registro particular los pondrán en el lugar que se merecen.