martes, 20 de abril de 2010

Diego Lazarte, el marinero de La Punta


Diego Lazarte (Lima, 1984) es sin duda uno de los poetas jóvenes más talentosos de los últimos años. Al igual que muchos poetas y narradores estudió Derecho, y lo hizo en la Universidad San Marcos, donde en el año 2003 ganó, con tan solo diecinueve años, los Juegos Florares con su libro La clavícula de Salomón. Con este mismo libro quedó finalista en el concurso José María Eguren en la ciudad de Nueva York, el año 2004.


Además de ser parte de varias antologías y muestras de poesía, ha realizado un homenaje a la poeta Nelly Fonseca Recavarren conjuntamente con el Centro cultural España de Lima.


El año 2008 publicó Diario de navegación (C.C.E y Lustra editores) el décimo libro en la colección poesía joven Piedra/sangre, de donde comporte con nosotros algunos poemas.





Playa La Rivera

Aléjate de mí
No te quiero más
Chévere
Héctor Lavoe


A este lado del mar
A esta playa desolada
Donde arriban algunas lanchas
Donde saben abandonarse algunos jóvenes
A desovar sus sueños.

A este lado del mar
He venido yo.
A agotarme con sueños breves y tenues
A compartir el trance de las embarcaciones
Extraviadas en la niebla.
A cerrar los párpados fuertemente
Con una bufanda en el cuello
Con la nostalgia entre los huesos.

A este lado del mar
He venido yo.
A escuchar el incesante golpe de los hierros
En el astillero.
A esperar pisadas familiares,
A silbar para no escucharme a mí mismo.

A este lado del mar
He venido yo.
Para sentir a la Luna que trepa a mis espaldas
Entre palmeras que tienen el triste tono de mis ojos,
Para sentir su pálida luz
En los fríos cantos y en mi corazón
Dividido entre villas y solares
Donde mis recuerdos crujen entre maderas
O enverdecen el fondo de las piletas.

A este lado del mar
He venido yo.
A lanzar mi corazón como un canto húmedo
A la noche, al mar
Sin escuchar nunca la orilla.



La Punta, 4 de junio del 2007




OCEÁNIDAS

Pienso en la sucesión de las noches
en la sucesión de mis párpados.

Pienso en el destino de mujeres
Que lentas avanzan en mi sueño.
Por playas lujosamente empedradas
Y en dirección a rompeolas.

Pienso en esas mujeres
Y ya ni les recuerdo el tono de sus iris,
Pero nadan en mis sueños,
Se adelantan desnudas
En las frías y verdosas aguas de mi memoria.

Desde la vieja caseta de los vigías,
Borrada por las nieblas y mareas,
Juran haberlas visto.
El faro escudriñaría inútilmente el oleaje.

Pienso en sus vínculos salinos
En sus crecientes poblaciones en el sueño y en el agua.
Bajo la marea del sueño
Sus bocas están colmadas de arena,
Sus yemas florecen violáceas,
Sus cabellos perdidos enredan a las embarcaciones.


Sueño con ellas, y al despertarme
Siento un ardor de agua salada en los ojos.
Me olvido de ellas,
Y el tono de sus iris,
Que confunden los inexpertos con las neblinas,
Gobiernan las playas, los rompeolas, mis ojos.




IMANES

Por las noches,
Cuando los ritos de los jóvenes
Son más puros.
Recuerdo nuestros días
Cuando creíamos celosamente
En los poderes de la palabra y los imanes
Y sabíamos por los sonámbulos que densos y azules vapores
Nos investían.

En aquellos días teníamos trabajos sencillos,
Mujeres bellas y supersticiosas,
Vivíamos del deslumbramiento.
La ausencia nos aferraba a la palabra
Y sabía cuando congregarnos.

Fueron los astros quienes nos supieron nutrir de sabiduría
Mientras la música himplaba los sentidos
Y desataba en las hembras naturales sacerdocios.

En aquellos días aprendíamos de los poetas,
De esos lujosos magnetizadores,
Diestros pases de palabra.
Y medíamos nuestras fuerzas
En la hierba fresca y húmeda de la noche
Cuando se sabía apoderar de nosotros
Una lejana y augusta tristeza,
Similar al gimoteo de las hembras y las bestias
En la sucesión de los eclipses,
Y que nos lanzaría por la noche enfebrecida
Y en contra nuestra.

Ahora que hemos descreído del poder de la palabra
Habrán perdido sus poderes los imanes,
Los elixires tornados agua.
Sufriremos la persecución del mar en sueños.

Ahora que la memoria nos persigue
Y en la molienda nos trae relámpagos de miedo
Y los inconfundibles sabores de la muerte,
No hay nadie que nos despoje del silencio,
De sus amargas penitencias.
Me sé desterrado por el amor
y sus ritos.
Ahora que ha caído el poder de la palabra
Sólo los sonámbulos darán voces para nuestro encuentro.

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