viernes, 8 de julio de 2011

Cuatro Poemas recientes de Miguel Ángel Sanz Chung



Presentamos cuatro poemas recientes del poeta peruano Miguel Ángel Sanz (Lima, 1979) quien acaba de publicar dos poemarios conjuntos titulados Casa abandonada y La casa amarilla (Lustra, 2011). Los primeros dos poemas incuidos en esta nota (Lavandería y Salón) pertenecen al primero de ellos y los dos siguientes (El estudio y La silla) pertenecen al segundo volumen. Un gran poeta a tener en cuenta. Esperamos pronto incluir una entrevista con el autor sobre estos dos nuevos libros.






LAVANDERÍA

La canción se cuela por el hueco de la ventana
y penetra con su estilete mis oídos
Es el canto de las ninfas quejándose
en el fondo del lago
Y yo asomo la nariz a través del espejo
para rescatar sus espíritus

Sin saber nadar traspaso las puertas para enfrentarme
a abisales ajenos
La canción de la sirena inunda el universo
y a mí se me caen los brazos sobre las montañas
de trapos
Ahí están mis manos
sumergidas en la boca de la bestia
jugando con sus dientes
dando vueltas en el remolino de su garganta
Ahí están mis dedos
escurriéndose a través del rodillo
exprimiendo las lágrimas sobre los baldes agrietados

Si pudiera
te gritaría que prefiero el bullicio del agua cayendo
como un torrente en el lavabo
al calor de tu voz tocando cada nota del desamparo
¿Es que acaso no te has visto las manos inflamadas
mientras las golpeas una y otra
vez contra la piedra?
¿Es que no ves tus propios dedos retorciéndose
como raíces bajo el agua?
¿A dónde miran tus ojos si no a su cuerpo
que se consume?
¿A dónde los has enviado mientras te pierdes
cantando a la cuna con mortaja?

¿No ves que de este lado
tu cuerpo ya me pesa demasiado?
Tus tobillos se me resbalan de las manos
y a ti no te importa levitar sobre mis ojos que te gritan

Ya no vuelvas si decides quedarte en esa estrella
No traigas otra vez el mismo rito desquiciado



SALÓN


El fuego dura lo que dura la leña
lo que dura la lengua agitándose bajo la araña que
cuelga del techo
Pero el humo permanece para siempre
echa raíces bajo los muebles
crece como enredadera y se trepa por las paredes
cubre los libros con un velo imperceptible y los hace
suyos los hace de la asfixia y
de la muerte

Viene el humo como niebla pasajera
manto húmedo que acompaña a la madrugada en
medio del bosque
Pero la nube negra llega para quedarse
con su tormenta con sus relámpagos
con sus estruendos
llega para ensañarse con mi frente
con mi voz que escupe semillas secas flores de
plástico marchitándose en la punta de
mi lengua

Bajo los ojos de humo
bajo las bocas como calderas
en el centro del universo sobre el parquet del suelo
comencé mi aprendizaje de ovillo
de insignificante cochinilla de tierra que
atraviesa los parques
preparado siempre para la esfera
para entregar el lomo y morderme el vientre
para decirme si mis ojos no se topan con sus ojos
la vida pasará desapercibida

A ese humo inevitable que me creció
de la nariz hacia dentro
que de cuando en cuando me araña los pulmones
y la boca del estómago
le he encontrado otro humo que le silencia
que hace guardia a las puertas del infierno
He apilado todos mis papeles por millares
y cuando el alma me lo grita los incendio
Ya no escatimo fuego sobre el mundo
en medio de mi hogar la fogata se enciende
cuando quiero
Ya sé que el aire no da para tanto
y que el oxígeno se acaba con el tiempo
pero en mis manos el hedor se ha vuelto aroma
y la muerte será placentera



EL ESTUDIO

De nuevo te ves arrojado
sobre el sofá ennegrecido.
Donde sea que mires
los objetos que te rodean
te observan con recelo.
Los libros que tanto añoras
se apiñan frenéticamente,
aguardando, temerosos,
tu próximo movimiento.
Con los ojos inyectados
repasas la superficie de todas las cosas,
una y otra vez frotas con la mirada
la piel de esos cuerpos reticentes,
infinitamente lejanos por voluntad propia.
Sin desearlo,
contaminas cada uno de ellos con rabia uniforme:
la silla, la lámpara, los cuadros
agachan la cabeza
con la misma expresión de animales desollados;
las paredes mismas se tiñen ahora de escarlata,
líquidas y jadeantes se derraman
hasta volcarse por completo sobre el suelo.
Cualquier nuevo intento es vano,
toda acometida repercute de la misma forma,
con los rostros de las fotografías pataleando bocarriba,
ahogándose en el océano de su propia saliva.
Ni los papeles que solían esperarte,
sobreponiéndose a toda medida del tiempo,
ahora pueden soportar tu peso redoblado:
donde debiera correr la tinta de extremo a extremo,
manchas rojas que se multiplican
por el goteo liberado en la yugular del techo.
Olvídate entonces de buscar
algo que aún se yerga lejos de tu influjo.
Y sobre todo,

cuida de no dar un paso más hacia el escritorio,
que de todos los seres desangrados
él es el que lleva
las huellas más flagrantes de tus manos.


LA SILLA

No importa cuántas veces
atraviese el océano como un fantasma
para intentar renacer
bajo el techo de cualquier habitación abandonada,
mi cuerpo está aquí,
ocupando un lugar sobre esta silla,
apoyando todo su peso
sobre estas cuatro patas
que son también mis propios miembros
de animal estacionario.
Mientras permanezca aquí
nada podrá impedir
que de la planta de mis pies
las raíces se multipliquen
para perderse bajo el suelo,
y que el sopor llegue para aplacar
cualquier amago de rebeldía

con un toque sobre los párpados
y una desaparición de prestidigitador.
Dentro de estos sueños repentinos
los antiguos rincones
ya no se distinguen demasiado de esta habitación,
y los rostros familiares
se difuminan con la niebla
de aquella lejana ciudad que intento alcanzar.
Sobre la madera de esta silla
los salvajes impulsos que me asaltan a diario
se reducen a un leve cosquilleo
que una nueva postura termina por aliviar.

Levanto mi cuerpo cuantas veces deseo
y señalo al horizonte que me arrastra.
Después de luchar durante horas
contra la vista del mar,
vuelvo como siempre a la isla más cercana.

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